Recientemente leí un reportaje donde se narraba el sentir de algunos profesionales independientes de Cuba ante la recién prohibición de servicios independientes que ha surgido en el país caribeño, incluyendo una lista de sobre cien actividades que quedan totalmente prohibidas si no son realizadas a nivel gubernamental. El titular del reportaje parece ser aún más utópico para personas que desconocen las condiciones de vida de los hermanos cubanos: “Acaban de destruir el sueño de todos los profesionales de Cuba”, justo cuando ya uno podría pensar que el sueño de muchos cubanos ya se les había sido arrebatado o, mejor dicho, encerrado. Cuando estuve en Cuba en el 2018 y 2019, escritores, editores, poetas, músicos y artistas conocidos mostraban sus deseos de compartir sus talentos fuera de la isla. Un hambre por ver nuevas tierras, conocer nuevas fronteras y alimentar la vista con cosas que nos parecen cotidianas a muchos de nosotros. Como dijo un poeta joven de Cuba a través de una de sus redes sociales, "allá afuera queda el resto del mundo."
Coincido estas fechas de principio de año, no tan solo con mis visitas a la isla hermana, sino porque leo El lado sano de la lágrima (Ediciones Laponia, 2019) de Jorge García Prieto y no puedo evitar, comúnmente, de asimilar el titulo con la experiencia, la similitud extendida que puede resultar diminuta. 
A García Prieto lo conocí en el 2018 precisamente en La Habana. Salíamos de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña a esos de las seis de la tarde luego de un largo día de lectura, gestión y descubrimiento en la Feria del Libro. Yo andaba impresionado y hasta envidioso con la cantidad de personas que se citaban a esa gran feria. Pensaba, ojalá en Puerto Rico los niños tuviesen tantos libros en las manos, que para los jóvenes fuese algo romántico acompañar a sus parejas a ver alguna actividad literaria. Deseaba algo tan sencillo como r ver a un pueblo puertorriqueño tan inmerso en su cultura. Mientras pensaba eso, caminaba con mi camisa de The Misfits, con un bulto lleno de libros y mapas, acompañado, no tan solo de García Prieto, sino que también junto al poeta mexicano Balam Rodrigo, el chileno Franco Valenzuela, la dominicana Lauristely Peña, y los colombianos Felipe López, y Gaia Bls (nombre de Facebook, me parece que su nombre era el mismo nombre de mi madre, Johanna, quizás escrito diferente). Caminábamos Cabaña abajo en busca de autobuses o taxis que nos regresaran a La Habana, pero era imposible conseguir un autobús a tiempo con la inmensidad de personas que esperaban y caminaban entre la carretera. La cosa es que los siete terminamos frente a la autopista buscando un taxi. Lauristelys, Jorge, Felipe y Gaia tuvieron suerte, se montaron a un taxi y comenzaron a andar poco a poco entre el tráfico que conducía hasta el túnel que llega al centro de La Habana. Quedamos Balam, Franco y yo, buscando un taxi tan rápido como fue posible. Tras varios intentos conseguimos uno hermoso, nos metimos, Balam y Franco atrás y yo al frente, junto al taxista. No lo dudé, salió del pecho. ¡Siga a ese Taxi! Y así fue, seguimos el taxi donde viajaban nuestros compañeros. Esa noche terminamos en un barrio chino pasándola increíblemente bien.
Creo que eso fue un lado sano para todos nosotros. Mi espíritu encendido busca el agua, el lado sano de una lágrima donde enjuagarse cuando despertar es una rajadura. Y yo no quería despertar de ese momento. No sabía quién era o en qué me convertiría. De vuelta a casa mi padre comenzaba a dar sus últimos pasos de pie, y mi madre aun le quedaban algunos minutos en el ámbito laboral, entonces, el cariño de padres a su hijo es lo que restaría como impulso. A lo que se suma otra coincidencia:
De hijo, amaba los diccionarios, de padre, comienzo
a odiarlos lentamente, como quien odia al búfalo que
habrá de someterlo, o al instantáneo chasquido de
una polaroid dispuesta a eternizar. 
Los versos de García Prieto me recuerdan a la relación que tuve con mi padre en la adolescencia donde, aunque sin duda siempre estuvo presente, era un ser que se podría comparar con una palabra que no quieres encontrar, que no converja con el resto de la oración, pero que, de alguna manera, no se aleja a la definición que se trata de escribir. No culpo los poemas de Jorge por ser un lado sano de la lágrima, porque cuando uno crece viendo el deterioro físico y mental de un ser, aunque difícil, es amado, uno logra entender la posición contraria. Eso es un lado sano, de alguna manera.
Ojalá pudiese volver a ese momento tan genuino cuando le pedí al taxista que siguiera al otro taxista. Ese momento también le perteneció a quienes no estuvieron presentes. Quizás era el mejor momento para uno morirse. Quizás era el mejor momento para transmitir una sensación de mundo a un hombre que no veras más allá de cuatro paredes el resto de su vida. Sin duda le diría:
Padre, esta es la vida,
aguántala un momento,
vuelvo pronto, también te pertenece.
En ese sentido, creo que nadie, jamás, le podrá arrebatar a las personas las ganas de sentirse vivo, aunque eso les cueste la misma vida. Lo vemos en quienes luchan por su libertad, como quienes luchan por su vida, sin duda alguna, la misma lucha.
Carlos A. Colón Ruiz (San Sebastián, Puerto Rico. 1997), autor de Hambre Nueva (Editorial Pulpo x Atelier d’Escritura, 2019), No Quiero Escuchar Radiohead (Poema Suelto, La Impresora, 2019) y Visión de Carne (El Taller Blanco Ediciones, 2020). Ha publicado en diversas revistas, antologías y blogs en México, Chile, Guatemala, Colombia y Puerto Rico. Organizó la antología de poesía y narrativa Lámparas (Editorial Pulpo, 2018). Pertenece a la junta editorial de la Revista Demoliendo Hoteles (https://demoliendohoteleslit.com/). También ha participado en festivales y lecturas en Puerto Rico, Cuba, México y Guatemala.
Jorge García Prieto (La Habana, Cuba. 1979), poeta y promotor cultural. Dirigió el Taller Literario Municipal de Arroyo Naranjo. Premio de Poesía Manuel Cofiño 2007, Segundo lugar en el Concurso Nacional de Poesía Rafaela Chacón Nardi 2007, finalista del Premio David 2012, Premio Nacional de Décima Francisco Riverón  Hernández 2017. Tiene publicado los libros: Poemas subsidiados (La pereza, Miami, 2013) y Errático animal (Montecallado, Cuba, 2018). Textos suyos aparecen en las antologías Esta cárcel de aire puro (Editorial Abril, 2011), El árbol en la cumbre (Editorial letras Cubanas, 2014), Paraninfos (Editorial Capiro, 2017) y Estaciones de retornos (Editorial Shushikuikat, 2019). Ha colaborado con revistas de Chile, Argentina y México.
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