Dream recorders. (O bien: Cómo sé lo que me gusta) | Ivelisse

Si me preguntan, la iniciativa de “recomendar libros” (aconsejar que se lea algo porque me gustó a mí) no sé por qué me parece ¿obscena? Muchas veces, dar a leer me hace sentir impertinente. De igual forma, frente a algunas reseñas soy medio bibliofóbica: no quiero leer de todo. En cambio, prefiero llegar a ciertos autores dejándome orientar por intuiciones más secretas. Eso sí, cuando la recomendación viene de un amigo que escribe –y si propone un título que llevo mentalmente pendiente– tiendo a consultarlo lo antes posible. Fue lo que me pasó con El discurso vacío, de Mario Levrero (DEBOLSILLO, 2016). “Léanse a Levrero, un tipo cool, bien liviano y airoso” había dicho Daniel con una sonrisa en alguna nota de WhatsApp. Por esos días, un retrato del escritor uruguayo que vi circular en Instagram reforzó en mí las ganas de leerlo. Se trata de una imagen que contrasta bastante con el tipo de fotos que suelen hacerse algunos escritores de nuestro tiempo –indiscretamente contentos y trajeados–. En aquel retrato, en cambio, un señor pipón fumaba en calzoncillos de espalda a las ventanas. Supongo que debió conformar para mí una especie de emblema de la vulnerabilidad. Recorrí las páginas de El discurso vacío sobrecogida por lo penosa y lo chistosa que la vida aparentemente fue en los años noventa –en especial, pensé, entre 1996 y agosto 2004 (entre la fecha de publicación original y la fecha que fallece el escritor)– cuando Levrero seguía escribiendo, según su credo, para investigarse a sí mismo, mientras yo era una niña que recortaba laminitas con una tijera de Hello Kitty. Al final, seducida por las noches de risa que me dio, creo que hasta me quedé con deseos de acariciarle las cejas –a Levrero, no a Daniel, hahah–. Otra anotadora de sueños que amo imitar es Lydia Davis. En su libro Ni puedo ni quiero (Eterna Cadencia, 2014) la escritora norteamericana somete ese estilo onírico que comparte con El discurso vacío a la brevedad extrema. Me lo regalaría a mí misma –pero a mí hace diez años– cuando no sabía que las prosas podían tener forma de poema, ni que los escritores como Levrero trabajan con materiales encontrados en las tramas de lo que sueñan. Es decir, me lo regalaría a mí cuando no me consideraba una lectora mínimamente seria, pero me estaba muriendo por escribir. En uno de esos poemas, Davis pone:

“A ella le gusta. Ella es como yo. Por lo tanto, es posible que me guste. / Ella es como yo. Le gustan las cosas que a mí me gustan. Le gusta esto. Así que es posible que me guste. / A mí me gusta. Se lo muestro a ella. Le gusta. Ella es como yo. Por lo tanto, es posible que realmente me guste. / Creo que me gusta. Se lo muestro a ella. Le gusta. Ella es como yo. Por lo tanto es posible que realmente me guste. / Creo que me gusta. Se lo muestro. (Ella es como yo. Le gustan las cosas que me gustan a mí). Le gusta. Así que es posible que realmente me guste”. (79)


¿No es esa la lógica arbitraria –por no decir parasitaria– de quienes ponemos a prueba las lecturas que hacen los amigos? ¿Cómo sé que me gustan los libros que le gustan a Daniel?
Lecturas para quien ama un recuerdo | Nelmaries

Las recomendaciones son, quizás, la parte más vulnerable de un lector. Compartir nuestra lectura como quien comparte una predisposición ante los demás. Tipo, nota de amor que guardas para que exista la posibilidad de su lectura, pero realmente no quieres que sea leído. No obstante, esta contradicción no es una excusa para detener la divulgación de la literatura, ni de las notitas. Así que, sólo por esta vez, presento dos libros que se han convertido en una casa sin ventanas donde yo sola puedo respirar y cuyas paredes están llenas de notas de amor, escritas en Colombia. Y como toda nota de amor que presenta lo que siente, no lo que ve.
 
1)
Dos veces extranjeros, de Catalina González Restrepo (Pre-Textos, 2019)
 

De repente recuerdas el hombre
que te pidió que fueras su primera mujer,
pero elegiste no tomarlo para ti.
Sé que compré Dos veces extranjeros en Colombia. A diferencia de otros libros, cuando lo saqué de mi armario, lo sentí como algo que llegó solito. Es una lectura que me conmueve mucho porque le habla a mi adolescente interior. Siento que sale una mano muy suave y me acaricia para decirme que aquella ansiosa adolescente está tranquila viendo a sus crushes pasar. Sin dejar atrás su título, que, para mí, juega con las extrañezas de la cercanía y la lejanía. Por eso de decir que soy dos veces extranjera a ese recuerdo de un amante que ya no es mi amante.
 
2)
Poesía reunida, de Piedad Bonnett (Lumen, 2015)
 

En mi hogar devastado se hizo trizas el día,
pero en mi eterna noche aun arde el fuego.

 
Bonnet, también llegó a mí en Colombia. Tengo un vivo recuerdo de Geraudí y Néstor colocándome este libro en mis manos como cosa obligatoria. No se equivocaron. He hecho lo posible por leer toda la obra de Piedad Bonnett. Es una poesía que me habla desde lo más recóndito del recuerdo. Recuerdos donde era muy inadvertida con mis alrededores. Sin más, esta lectura es un fósforo que quiere seguir parpadeando.
Juro que no los dejé a mitad | Jean Alberto

Siempre que unx amigx se me acerca con la pregunta de qué libro puedo recomendarle, me pasa una de dos cosas: o me quedo en blanco— como si la pregunta fuera la clave secreta para borrar mi historial de lecturas por completo— o, regreso (por enésima vez) a los libros de siempre, mi canon emotivo. El “problema” con la segunda es que me vuelvo un poco celosx con ellos y no me atrevo a preguntar después si les gustó, si lo leyeron o si tan siquiera lo(s) buscaron. Sin embargo, desde que vine a vivir un tiempo en Barcelona no tengo la mayoría de mis libros conmigo, así que cuando surge la pregunta, no dudo en acudir a esos libros de siempre. Aunque al final no termino recomendándolos de igual manera. Pero nada, estos dos libros me llevan a momentos muy lindos que sin duda ahora forman parte de mi Escuelita Literaria Emocional en Formación (E.L.E.E.F., for short) y se tratan de Panza de burro de Andrea Abreu y El corazón del daño de María Negroni. El primero, debut narrativo de la autora, me transporta a un viaje de ensueño que hice junto a gente querida hacia la ciudad de Bogotá, Colombia, aunque no sea una lectura reciente, he tenido la dicha de cruzarme con varias personas de distintas partes del mundo que piensan lo mismo del libro: es una novela muy juguetona, sencilla, dispuesta a crecer de la mano de aquellxs de nosotrxs que nos desbordamos por amigxs de infancia y que sufrimos y disfrutamos sus amoríos, la revolución tecnológica que nos dio nuevas maneras de relacionarnos a distancia y de alimentar nuestra insaciable curiosidad. Sobre todo, del campo abierto que se nos presenta al cargar nuestra lengua de una imaginación sin vergüenza ni tapujo alguno por escribir, decir lo que se piensa y siente sin tener que explicar nada o sin el pudor de que suene clichoso o dramático. La segunda novela es todo lo contrario. El corazón del daño vive en una subcategoría dentro de mis listas imaginarias: novelas-poemas escritos por poetas. Si hay un género al que me suscribo sin pensarlo dos veces, sin duda, debe ser ese. Este texto de María Negroni explora, de manera trágica pero hermosa, los últimos días de su madre. La inevitable reflexión sobre el estado de orfandad que, aun en la adultez, se presenta al despedir a la madre. La poeta puertorriqueña Cindy Jiménez Vera lo dijo mejor que nadie cuando escribió el verso “nacer es el primer exilio”, ahora lo reafirmo, sin que nadie me preguntase, justo después de ver la película Aftersun y empezase esa pequeña jornada de lecturas paterno-filiales— la cual incluye esta novela-poema hermosa, horrible, desoladora, alentadora, que al igual que Panza de burro, juro que no dejé a mitad.
Dos lecturas para apreciar la intimidad | Carlos

Sé que un día de estos / acabaré en la boca de alguna flor
—Blanca Varela
     La acción de leer tiene su propia escena secreta, su espacio intacto. A veces pienso en los libros que he recomendado y siento como si hubiera cedido mi intimidad. Por eso, siempre que me preguntan, recomiendo un libro diferente. Es como si me tocara repartir pequeños periodos de mi vida. Cuando me recomiendan un libro, siempre intento leerlos, porque comprendo que me han convocado a esa escena valiosa, que estoy por vivir y compartir con el recomendador. Puedes confiar en quien sugiere los libros que te terminan gustando y volver a recomendarlos a otra persona. Entre miradas surge algo común que se renueva. Así, espero que puedan leer mis recomendaciones, que son también lecturas para pensarse vivos, muertos y minúsculos.
     Adquirí Alguien camina sobre tu tumba de Mariana Enríquez (Laguna Libros, 2017) casi por instinto o por error en la librería NADA en Bogotá. Tuve un tipo de crush con la edición y el título. Hay más muertos que vivos, no hay argumento para contradecir a la autora. Alguien camina sobre tu tumba recoge quince crónicas que lo atestiguan. Mientras se va convirtiendo en una rockstar del terror, como la han catalogado varias revistas, Mariana Enríquez en cada gira se complace con visitar los cementerios de las ciudades que visita. La escritora argentina no sólo ofrece un catálogo de difuntos, sino que acompaña los relatos con escuelas, disciplinas y elementos que se complementan. En este libro no esperes menos, estarás leyendo política, historia, arte, geografía, antropología, sociología, cine, literatura, zoología y hasta chismes. Espera el privilegio de contemplar junto a Mariana la tumba de Elvis Presley, restos de víctimas del colonialismo, de mitos, y con suerte, soñar que caminas sobre tu tumba.
     Caminando por otras tumbas llegué a la poesía de Blanca Varela. Gracias a rumores que fui escuchando entre profesores, colegas y conocidos. Estaba convencido, tenía que leerla. Me topo con Y todo debe ser mentira (Galaxia Gutenberg, 2020) en Madrid y en efecto todo ha sido muy certero; su poesía ha resonado en mi persona. Lo irónico es que su trabajo abarca la verdad. Te posiciona en ese filo entre la nada y la muerte que pasamos por alto en nuestra rutina. El asunto es que si uno no se encuentra donde su alma aspira a estar, uno vive una mentira.
Dos recomendaciones para leer por si hablas con animales | Daniel

No sé recomendar libros. Pero aquí van dos y medio que recientemente me conmovieron. Y claro, no tienen la obligación ni de empezar a leerlos, ni de terminarlos, ni de conmoverse:

1)
La pasión según G. H. (Siruela, 2013) de Clarice Lispector, si se puede –después o simultáneamente (yo no lo hice así, pero quisiera que alguien lo intente)– ver la película La pasión de Juana de Arco (1928) de Carl Theodor Dreyer. Quiero hacer un ensayo sobre zoopoética y ecocrítica sobre esa Nada que está en la mirada de la cucaracha aplastada (seguramente ya está escrito). Mientras leía recordé el documental Grizzly Man del cineasta alemán Werner Herzog donde, frente a los videos de Timothy Treadwell jangueando con los osos, el narrador-director nos regala esta joya: “To me, there is no such thing as a secret world of the bears. And this blank stare speaks only of a half-bored interest in food.” La novela de Lispector es la historia de esa hambre mitad aburrimiento que separa a la humanidad de una naturaleza que, a todas luces, nos humilla en su inmensidad, en las miradas que, separadas del hambre, son un vacío insondable que inventamos para no matarnos con tantas preguntas, con tanta pasión.
2) Vivir entre lenguas (Eterna Cadencia, 2016) de Sylvia Molloy, todavía no sé si es Mollóy o Mólloy, pero siempre lo pronuncio de la segunda manera. Esto me dio tan duro y tan duro porque vine a España, donde –no sé si lo saben– hablan castellano y mi inglés terminaba interrumpiendo siempre en mi español puertorriqueño y me di cuenta, en un punto, que no sé hablar ninguno de los dos idiomas, que mi lenguaje se encuentra precisamente entremedio. “Para el monolingüe no hay sino una lengua desde donde se piensa un solo mundo, y lo distinto siempre se da –si es que se da– peligrosamente: en traducción” dice la página 23. Terrible cuando el “mundo” desde donde se piensa existe sólo en la catástrofe del choque entre otros dos mundos impuestos. Por eso el bilingüe siempre es suspicaz, siempre busca detrás de las cosas, de las palabras, de la ansiedad sus palabras. Léanlo.
2.1) Mario Levrero, cualquier cosa de Levrero, gran contemplador de hormigas, comunicador con pajaritos y narrador de cadáveres de palomas muertas.

Mario Levrero en calzoncillos, pipón y fumando a espaldas de las ventanas.

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