todos los días para albergar mi carne.
Afuera, existe un hogar más espacioso,
poblado de criaturas con dientes
y cuellos interminables,
escasos árboles y mucha sed.
Todos ellos me hacen sentir
un pedazo excesivo del paisaje.
En ocasiones, mis ideas van más allá
de la sobrevivencia y el instinto.
Más allá del acostumbrado
acto de cazar, degollar y deshuesar,
de recoger agua en esta olla
que inventé hace cuatro soles.
Mi hogar es infinito y debe haber
alguien que haya inventado
el tamaño de las piedras
y el color de los animales.
Solo me limitaré a reconocer
un dios para cada cosa que vea.
A temerle a la noche.
A nombrar cada descubrimiento.
(de Andamios, 2012)
y son muchos los que se inclinan pidiendo paz
y voz. Ya no es su presencia aparentemente fija, en la pared,
o la tristeza en los orificios de sangre.
La repercusión del martillo de acero penetró hasta el fondo;
de ahí su mueca invariable, endurecida.
Es una figurilla que cuelga laxa,
descascarada: ya dejó de ser piel
y aparece la blancura del yeso.
Una figura quebradiza
no puede ser el Hijo de Dios,
es demasiado concreta, frágil,
un niño la puede romper.
No es suficiente la artesanía de quien talla la imagen
tantas veces pospuesta.
Es lo suficientemente baja
para verte desde aquí,
cuerpo laborioso y distante,
cuerpo que no sé nombrar
porque existes a medias.
Un ladrillo unido a otro es
una manera de ocultarte
o acercarte sin que te des cuenta.
La cuchara de albañil que une y aleja,
amontona bloques para borrar la figura.
El cemento y la arena mezclados con tu forma,
inmovilizan piernas y brazos, te convierten en estatua.
Este muro señala
un espacio neutral
donde cada quien puede desnudarse:
para verte
no necesito echarlo abajo,
moverlo o imaginarlo en otro patio
aunque caiga sin bridas del cielo.
Déjate caer y no nos rompas
los huesos con tu centro.
Huevo sideral que de improviso
caes en esta tierra árida, a esta hora.
Huevo de metal o líquido, no destruyas
estos cuerpos que, aunque débiles,
desean seguir tocándose, caminar,
hablar; ovoide que cumple un objetivo
y una dirección, que llegas del cielo,
desde una altura que no podemos
precisar, no nos prives de la respiración.
Acostado, en camilla y en el suelo te rezo,
huevo, ojiva que bajas y que pretendes
darnos la esperada desaparición. Hacia
bajo vienes sin pastillas, acaso vienes con
escasas maletas y alimentos, en cambio
sí vienes con ruido, oh huevo, mucho ruido
y con mucho verbo, con aniquilación.
No nos enseñaron a dejar atrás el mal
y abrirle surcos a la luz, ahora sí, benigna,
que no ciega o aniquila sino que en bello
coro nos da la bienvenida a un nuevo hogar.
Esa luz aún no llega o no la han dejado bajar,
manar, pasearse aquí entre quienes observan
cuerpos celestes que caen, detrás de la neblina,
cortina gris de la calina, calles de la niñez,
tranquilas, cómo podremos volver a tenerlas.