Sobre mi cama tengo varios libros que parecen escogidos al azar. La mayoría los leí hace un tiempo, pero los tengo presente desde que me regalaron el último poemario de Claudia en el Día de Reyes. En el fondo, desde la bocina que tengo en mi escritorio, suena el disco ‘Sirens’ de Nicolas Jaar y por razones de privilegio amistoso no diré por qué es importante traerlo a colación (aunque peque de cierta obviedad). ‘Sirenas’ (Riel, 2023) es la segunda colección de poemas de Claudia Becerra y como cualquier buen sophmore álbum, está repleto de cambios aparentes: redirecciones y matices de ambigüedad sonora— representados con dibujos e intervenciones gráficas de Allison Cruzado Tavárez. Entre aquellos cambios más aparentes, me parece importante destacar la brevedad de los poemas en comparación a sus compinches de universo textual, los que se encuentran dispersos en revistas digitales o publicados en el primer libro de Clau, 'Versión del viaje’ (Folium, 2018). Si aquel primer libro fue un campo al descubierto acompañado por el temor indefenso ante las distancias y la ensoñación con versos como “Olvida la permanencia / donde el tránsito es sitial,” los poemas de ‘Sirenas’ muestran a una voz poética que ha reemplazado aquella ansiedad de lejanías por una introspección enmascarada de destellos de contemplación. No abandona un recurso por el otro, sino demuestra una ruta alterna hacia aquella pregunta que, a mí como lectore, se posa al descubierto en el último verso del primer libro, como una especie de anticipo al vacío donde aquello que se obtiene, enseguida se oblitera**. 

Habitando el punto medio entre el aviso latente de una noche tan noche que le llaman ‘boca de lobo’* y el sentimiento agridulce que carga el silencio de los horarios ajenos, la voz que navega entre una conversación consigo misma y el afuera abismal aparenta una aceptación que en primera instancia puede ser leída como rendición. Sin embargo, intuyo que realmente se trata de una resignación, una entrega al dejarse ocurrir como una especie nueva que se adapta*. Y es en/desde aquel gesto evolutivo donde ocurren las mayores resonancias. A lo largo de los poemas presentes en ‘Sirenas’, nos encontramos con aquella voz que se asume y reconoce desde un estado de alerta continuo, desde una latencia apegada a la búsqueda activa de un sueño en el cual los pájaros festejan sobre el ruido*. La misma que atraviesa estos poemas reconociéndose desde un estado inherente del anhelo. Un anhelo por la calma, por el ritmo de los árboles que han cedido a sus obstáculos, pero aun reconociendo que, aunque brote lo que brote, la hoja sigue atada a la raíz*. “¿Qué anhelo?,” se cuestiona la escritora británica, Marina Benjamin:​​​​​​​
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“…me hago esta pregunta a la hora de las brujas porque de día es imposible formularla. En determinados momentos turbulentos el anhelo es tan inmenso y hondo y contundente que se devora el mundo. Desafía la comprensión, simplemente es. Y yo soy un agujero negro, vacío de sustancia, codicioso y deseante. Estar sin dormir es desear y ser descubierto deseando.” (Trad. Florencia Parodi).

¿Podría tratarse de un deseo de sucumbirse al estado de gracia que otorga el descanso, de apalabrar y hacerle mueca al curso inminente del derrumbe? ¿A cantarse victoriose ante el cansancio? En el 2018, con la publicación de su libro ‘La casa del vacío’, la poeta puertorriqueña Mayda Colón se adentró en el camino de la decadencia de su hogar de crianza, repoblando aquellos rincones —ahora próximos al olvido— con recuerdos de la familia que una vez marcó su rumbo sobre la faz de la Tierra. “La esperanza siempre muestra el poder de su ausencia,” declara Mayda a son de aviso e insiste en ella cuando nombra su pena y la exigencia de lo que, con los años, se corrompe sobre une. Y retomando ese aviso, sin hacer una correlación directa con el libro de Mayda, Claudia se sumerge en el universo de la ausencia y desde su centro declama su canción de alerta. Aunque a lo largo de los últimos seis, siete o hasta diez años un sinnúmero de autores locales se ha adentrado en sus propias exploraciones sobre la decadencia y la erradicación de la dignidad como herramienta de supervivencia— parecería que ambas autoras han logrado crear una síntesis entre aquella zona que es tanto raíz de una despedida como punto de partida de un azar incógnito, disfrazado de una crueldad que le otorgamos a propósito de nuestra especie.
Regresando al estallido de la canción de alerta: solo aparecen seis de los nueve títulos que hacen referencia a canciones a lo largo del texto. Con esto en mente, no puedo hacer otra cosa que perseguir mi curiosidad e imaginarme las distintas posibilidades de por qué no fuimos serenades con el disco en su totalidad. Existe la probabilidad de que esas tres canciones ni tan siquiera han sido compuestas como poemas. O que en el proceso de edición se hayan omitido por razones fuera del alcance de les lectores. Pero, mi favorita de todas es la posible existencia de un EP de lados B o una edición aumentada con bonus tracks. Esta última mantendría aún más prominente el juego entre la autora y su compositor escogido, cosa que dejo como tarea al descubierto para aquelles que no han tenido la oportunidad de toparse con las formas existentes de escuchar y quedarse fije, rodeade de rumbos*. En esa fijeza atrincherada entre el silencio de la noche y el ritmo inerme del interior —como una dosis de música ambiental que crece y se propaga con el paso decisivo de las horas— la brevedad con la cual se presentan los poemas de ‘Sirenas’ van creando de lo habitual una duda y de aquella duda una renuncia hacia el camino de regreso. Traen consigo una declaración firme sobre el nunca llegar, sobre el estar atrapade en el tránsito donde se erode la costumbre de recordar la obediencia con que se persigue ese lugar y no otro*. Acompañados de una serie de ilustraciones ligeramente abstractas, este libro como objeto se construye como un mapa hacia el centro de una nada o ante la declaración de ser tan solo une espectadore ante aquella cosa oculta y húmeda que es el mundo, junto a una noche que muge y es reconocida por su aliento*. Los matices y juegos entre el color negro y el espacio en blanco de la página componen, a modo de rompecabezas, su propia leyenda o declaración de permanencia. Se justifican en silencio y como en la llegada de la primavera, muestran flores que se abren y hojas que crecen y se esparcen buscando su porción de sustento hasta caer contra el pavimento agrietado y perecer hasta el próximo inicio de la temporada vital. No digo esto en lugar de nombrar una búsqueda o declaración de un absoluto. Si la voz que emplea Claudia a lo largo de estos poemas declama algo con exactitud, es la renuncia a la naturaleza inquieta de lo que nos alberga*. O, como profesó la poeta argentina Susana Thénon en su, también, segundo libro: “Digo que el mundo es un inmenso tembladeral / donde nos sumergimos lentamente, / que no nos conocemos ni nos amamos / como creen los que aún pueden remontar sueños.”

Alargando esa idea flotante de una música textualizada o un texto hecho canción, retomo la lectura de uno de los ensayos introductorios de ‘Música prosaica’, aquella defensa sobre la traducción y la musicalidad de la poesía creada por el escritor argentino, Marcelo Cohen:​​​​​​​

“A la música de hoy ningún elemento sonoro le es ajeno, porque compone en el momento, con lo que el momento aporta: el arrastre de lo heredado, la memoria corporal de la especie, las potencias y los dolores del cuerpo, la orquesta, el tambor y la computadora, como si solo mediante la absorción de todas las ocasiones del presente pudiera llegar al meollo.”​​​​​​​

El meollo muy bien podría ser un espacio idílico, tierra fértil para cosechar la contención de aquel sueño donde todo arde y no hay lugar para las alarmas, ni para propagar el pánico y las llamadas de emergencia. De esto consiste mi teoría sobre lo abisal: encontrarse al otro lado de la pregunta sin alguna respuesta aparente. Con tan solo lo risible, el bostezo como alternativa a la definición*. La música que acompaña y se permea por los rincones de este libro no se preocupa por su lugar junto a la duda. Su motivación parece ensayar un movimiento más sencillo: apenas acompaña a lo narrado o le da espacio para que esta se desenvuelva. Funge como una tela de fondo ya sea para esconder lo venidero u otorgarnos el espacio suficiente para imaginarnos próximes al estallido de las sirenas que irrumpen en la noche. Si de algo se encarga esta banda sonora —la misma que intenta esconderse a simple vista— es de ambientarnos, tomarnos de la mano mientras el afuera entornese y todo, salvo la distancia, desaparece*.

Retomando el asunto de la brevedad: es ese el lugar desde donde argumento que “cojea” este libro. Si bien en nuestra tradición local los libros de poesía se han distinguido, particularmente, por su brevedad— a contrapunto de su antecesor, ‘Sirenas’ es un proyecto que me dejó deseose de una porción más sustancial de material. Si 'Versión del viaje' fue el disco debut rampante y magnánimo tanto en longitud de texto como de temas, esta segunda entrega se encargó de subvertir mis expectativas y a lanzarme hacia lo nuevo con la misma energía que trae consigo cada cambio de año, de década, tal vez hasta de siglo. Recuerdo que mi reacción al culminar mi primera lectura fue la de regresar a aquellas imágenes que más me interpelaron y a rellenar el libro de toda clase de marcas: subrayados, corchetes en el margen izquierdo de la página, signos de exclamación al pie de ciertos versos o estrofas y corazones ennegrecidos en las partes que me conmovieron de sobremanera. Este último comentario no surge de la necesidad de encontrarle algo negativo al proyecto, apenas responde a mis inquietudes y expectativas como lectore y como persona que carga siempre una libreta con los versos de otres autores que me acompañan, ya sea al trabajo, a mi casa o a los espacios donde la literatura abunda en mi cotidianidad. A hacerle hincapié a momentos como este: de estar sentade sobre mi cama con tres, cuatro libros que quise sacar de su lugar en mi librero para consultarlos y redactar esta nota. O simplemente ver qué otras lecturas despierta en mí el regresar, nuevamente, a estos poemas, con la más mínima esperanza de levantar ansiosamente a todo el vecindario con el cántico estridente de las sirenas. 
jean alberto rodríguez-torres
mayo 2024
*Los asteriscos sencillos responden a un verso de Sirenas de Claudia Becerra. 
**Los asteriscos dobles responden a un verso de Versión del viaje de Claudia Becerra.
Claudia Becerra (San Juan, Puerto Rico, 1990). Escribe y reseña. Su trabajo ha sido publicado en diversos medios puertorriqueños (y del más allá), entre ellos: La pequeña, Rialta, Lucerna, América Invertida, Distrópika y el periódico Claridad. Tiene un bachillerato de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, y un doctorado de Brown University. En el 2018 publicó su primer poemario, Versión del viaje (Folium). Fue coeditora de The Puerto Rico Review entre 2018 y 2022. Actualmente enseña en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. 
jean alberto rodríguez-torres (Bayamón, Puerto Rico, 1997). Lee, escribe y compone. Es autore de Las dimensiones finitas (Ediciones Aguadulce, 2019) y de El resto del mundo es lo que sigue (Editorial Pulpo x Ediciones D.H., 2022). Poemas y textos suyos han aparecido en revistas y páginas web como América Invertida, lo-fi ardentía, Periódico de Poesía, etc. Ha traducido algunas de las obras de Jack Spicer, Denise Levertov, Mary Oliver, Mark Strand, June Jordan, entre otres. Es cofundadore de la revista foto-literaria Demoliendo Hoteles y coordina el newsletter, Trabajo de campo. Del 2020-2023 creó música bajo el nombre Dogs In Old Movies. Actualmente ofrece talleres de lectura y escritura creativa y la gente dice que da tremendos abrazos. 

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