SIEMPRE DUELE
Es un hecho, siempre.
Todos los días enterramos
un poco de compasión,
de gratitud,
de valor para volver.
Siempre duele,
es un hecho,
y no sé qué más decirte
con esta certeza líquida en los ojos,
con esta confusión que sepultamos
en el blanco de la página, hierro caliente
sobre la piel de los vencidos.

POR LA PANAMERICANA
Alguien erosiona el monte que tomamos
para contemplar palomas
y rostros amarrados con pañuelos.
Viajábamos sin pasaporte,
más allá de la máquina Singer
que nuestras madres pedalearon
sin llevarlas a una esquina de la época.
Queríamos cantarnos todos juntos
entre girasoles que cultivaron lo más viejos.
Con todo, no éramos originales,
por más niebla que bebimos,
por más cerezas que arrojamos en la nieve,
por más palabras hirsutas,
nos parecíamos a los de ayer.
Cargamos con igual ardor esa bengala inútil
que nadie vio y tú lo sabes.


CAMINO AL ORO
La luz no renacía en los pinceles,
se mantuvo expectante en otras manos ocultas.
La niebla reveló su complejo
de bala expandida.
Bogotá no era un abrazo,
pero mataba el eco de los que dicen hola
pensando que no habrán de despedirse.
La luz no lograba revelarse
y se puso a caminar sin cédula,
sin boina de paramilitar arrepentido,
sin la llama oblicua del tal vez.
Yo no advertía el amor
como trucha loca montando el Transmilenio.
Él no era un otoño bipolar
ni la violencia del abrigo; no lo advertía.
Negué el nombre de la muerte
luego de atarlo entre mis sábanas.


ÁLBUM NO DICHO
Digamos que en el sueño
ya no había más guerra.
Volvíamos juntos a la infancia.
Allá, con los guayabos.
Allí, con los huizaches.
Nadie herido.
El viento soltaba las ciruelas.
Las mirabas caer igual que música.
Me dabas cinco que no quería gastar.
Las guardaba para el futuro.
Yo sabía que los cuentos
de la abuela, que los jinetes
y los ángeles enloquecidos
llegarían cuando estuviéramos muy lejos.
Cuando soñara con jardines,
cuando el desierto diera pánico
y más melancolía.
Las ciruelas se pudrieron.
Se mancharon los vestidos.
Cada quien se fue a buscar palabras
en países blancos, ajenos.
Pero alguien se quedó escuchando
las trompetas de este apocalipsis.


DEUDA PAGADA
Para Pilar
¿Y si la vida fuera el perro que criaste,
pero se escapó a otro lugar que ya no encuentras?
¿Y si anhela seguir a una jauría y luego abandonarla?
¿Y si renuncia a morder otra carne, que no la propia?
¿Y si la vida se queda con el amo?
Dirás que el criadero es al final la muerte:
todos los rincones de la camada,
todos los gestos aullándole a la luna,
todas las suertes que aprendiste
persiguiendo un disco.
¿Así tiene que ser?,
¿una correa, un plato seguro?
¿En qué universo sin estrellas
los guardianes son obligatorios?
El cielo se apaga, es un hecho.
Comienzas entonces a enterrar
los huesos de ti mismo.
Tienes cuidado de mantenerlos
junto al otro, el que ladró
como nadie ante el intruso
que es la eternidad.
El otro, un vagabundo,
un criollo, un adoptado,
un recogido que mordía,
un perro romántico
cuya rabia aún te seduce.
¿Y si la muerte se acabara,
como el amor, de súbito?

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