V. 
En mi país
se propone traer a policías retirados 
para atender la situación criminal. 
Pero yo estoy lejos
y ningún espectro de fusil
puede alargarse en mis noches. 
Hace frío y gano en escondite. 
Mi vecino de cinco años
ríe y llora 
                 hasta el llamado de la madre. 
Hay algo con las distancias,
con saber el mundo
desde las redes y los periódicos, 
desde el espionaje y la vecindad 
que no me deja caer. 
En mi país
se pierden los amigos,
se matan o se mueren,
te dejan de hablar,
se cruzan entre ellos.
Empiezan por quedarse calvos,
o, como yo, encanecen.
Algunos se envuelven en sus arrugas
y uno, simplemente, para de reconocerlos. 
Ayer salí y las manos me sangraron. 
Cierro los ojos para reducir el castigo. 
La nieve está en las ramas
y también en las pestañas. 
Cierro los ojos
y no llego a la intermitencia emocional,
al chantaje infantil,
al olvido amistoso,
al alimento primero 
que no consigo
en estos supermercados de cocina internacional. 
No llego a ninguna parte,
porque los aeropuertos menosprecian
la destreza del patinaje sobre hielo.
No llego a ninguna parte. 
Un hombre solo en su siglo, 
vigilado por fantasmas del orden.
Un hombre solo en su siglo.
Un hombre en su país de pena.
VI.
Dicen que las estrellas
no caen en las montañas del Caribe
para manchar recuerdos
en invierno tibio sobre árbol.
Un pájaro corta el cielo
dejando en el pico
pacto de hambre
Se sabe entonces del tiempo,
del rumor 
y de algunas fallas estrellas
en la labor creadora
             de su propia nieve.
Qué fácil, después, el odio
estando más acá del horizonte
cuando el sueño cruza con ala larga
              sobre la calma del nido
y los comercios del abandono. 
Este poema forma parte de El tiempo ha sido terrible con nosotros (Ediciones Alayubia, 2020)
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