traigan cantantes de plena a nuestras casas.
El final de las pesadillas no
es el principio de las azucenas.
Mi tío muerto no sabía que podía fallecer
ni que olvidaríamos sus palabras con una cerveza en la mano.
Es una maldición la que nos dejaron los dioses,
las deidades amarillentas de los museos metropolitanos.
Mi tío muerto no es una esfinge funeraria, ni
un símbolo de la realeza, sino un mecánico armado de grasa.
No es cierto que perecer dignamente nos dignifique.
Podemos morir de degreaser, de gasolina y anticorrosivos.
Somos simplemente desechables
que todos olvidarán nuestro nombre cualquier día
y ninguno de esos dioses dejará de reírse a carcajadas.
mancha aquilatada por el rostro más vil
de tu sinternura.
Maldito contador,
te llegó el día,
celebraremos tu sombra bajo la tierra
ynadie llorará por ti, vida inútil,
desperdicio vencido por la historia,
ser masticado en nuestras bocas como un chicle viejo
que pegaremos felices bajo el pupitre
con la lección aprendida.
Recorro una agenda de esa historia
sobre las líneas más tibias del caracol.
Has desaparecido
con tu rostro paralizado de hospital de veteranos.
dentro de tu casa de madera podrida
y de primos cansados.
en la estratósfera
y un argonauta encontrara un poeta oscuro,
demasiado oscuro
para la violencia de un mundo tan canalla.